Por razones personales (tengo novia) y de edad (las responsabilidades llegan en cierta fecha) ya no salgo lo que salía desde los catorce años hasta hace año y medio, cuando casi se podría decir que vivía en la calle. Pasaba noches enteras seguidas de un sitio para otro, de casa en casa, parando por las esquinas a fumar, hablar, descansar... En todos esos años conocí a personas sorprendentes en cuerpos descuidados y enfermos que aún así mantenían cierta alegría cuando les tratabas con normalidad. Eran los vagabundos, gente a la que tratamos con un prejuicio que siempre nos supera ante lo anormal e incompresible dentro de la sociedad que nos encorseta.
Recuerdo cuando conocí a un vagabundo nihilista que llevaba consigo una tarjeta de presentación con el número de teléfono de donde le solían permitir dormir. Nos lo encontramos en la ciudad universitaria acompañado de una mochila que para nuestra sorpresa contenía un cachorrillo, un gato negro que se había encontrado abandonado que nos acompaño mientras charlábamos toda la noche. En los viajes que he hecho en el que el vagabundo era yo (falta de presupuesto ji, ja!), los autóctonos te acompañaban y te daban conversación, tabaco... a veces un susto. En Amsterdam otros te invitaban a comer espaguetis cocidos en la calle.
Claro que también existen los que te gritan al pasar, los que te atracan (pocos), etc. Pero no tengo intención de criticarlos. Solo quiero que sepan que hay quién no les mira con desprecio; aunque veo difícil que se enteren por Internet;)
No hay comentarios:
Publicar un comentario